jueves, 24 de marzo de 2011

Crónica Anacrónica



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Fuego, agua y nieve. También papelitos de colores y billetes (falsos, claro). Todo volando por el aire. Mucho antes del cierre con fuegos artificiales, el cielo sobre la 9 de julio ya era una fiesta. Casi tres millones de personas, de todas las edades y de todas partes del país, disfrutaron ayer por la noche del imponente desfile de 19 carrozas con las que el grupo teatral Fuerza Bruta recreó algunos momentos de los 200 años de historia argentina.

Por la avenida circularon enormes estructuras sobre ruedas y más de 2000 actores, artistas y acróbatas. Los carruajes se multiplicaron en las pantallas de miles de celulares, filmadoras y cámaras digitales. El desfile se hizo esperar (empezó casi una hora y media después de lo previsto), pero la gente se quedó. Y aplaudió, gritó, cantó. Los más chiquitos miraron todo desde los hombros de sus padres, los más audaces se animaron a trepar a semáforos, kioscos de diarios y carteles de señalización para obtener una mejor vista.
Todos se llevaron la foto de esa morocha, vestida con los colores patrios que una grúa paseó por las alturas, mientras una infinidad de papelitos celestes y blancos adornaban el aire. Muchos entonaron con fervor de acto escolar las estrofas de la Marcha de San Lorenzo, cuando frente a ellos pasaron “las huestes” sanmartinianas, sumidas en la espuma-nieve del Cruce de los Andes. Los más grandes tararearon unos tangos cuando entraron en escena más una treintena de bandoneonistas sentados sobre los techos de los clásicos taxis negros y amarillos, mientras un par de parejas regalaban unos pasitos de dos por cuatro.
Un marcado silencio acompañó la aparición de una enorme grúa que llevaba lo que a lo lejos parecía una masa amorfa envuelta en una bola de fuego. De a poco la gente lo fue descifrando y al silencio le siguió un sentido aplauso. Una inmensa Constitución Nacional ardía en llamas junto a las urnas electorales: era el momento de recordar las dictaduras, el capítulo más nefasto de la historia argentina. El aplauso se intensificó cuando una carroza, enmarcada por una cortina de lluvia mostró una ronda de mujeres de brillantes pañuelos blancos sobre sus cabezas “¡Madres de la Plaza, el pueblo las abraza!”, cantaron algunos, conmovidos. Pero la emoción no cedió. El desfile regaló entonces un tercer momento fuerte: un grupo de jóvenes envueltos en capas verdes representaron a las tropas que pelearon en Malvinas. De la multitud surgió un futbolero “¡El que no salta es un inglés!” que rápidamente se convirtió en un “¡Argentina, Argentina!” cuando con un impresionante estruendo los soldados cayeron al piso y de sus espaldas se elevaron las tristemente reconocidas cruces blancas.
Después, fue el turno de la vuelta a la democracia. Al compás de las murgas, se desató entre la multitud un contagioso movimiento de caderas y hombros. Mientras, las pantallas gigantes dispuestas a lo largo de la 9 de julio mostraban a la Presidenta Cristina Kirchner desplegando su propio ritmo en el palco oficial.
El desfile estaba llegando a su fin. La gente comenzó a elegir sus momentos preferidos. Los votos de los más chicos se los llevó el inmenso barco que representó la Llegada de los Inmigrantes, con acróbatas dando saltos en lo alto de la vela y dos mujeres haciendo piruetas a la altura del casco. Otros eligieron la carroza de la Industria Nacional, una gigantesca estructura en la que los audaces de Fuerza Bruta hicieron equilibrio sobre un auto suspendido y unas heladeras colgantes (“¡Son las Siam Di Tella!”, gritaron algunos).
Cerca de las 12 de la noche, se abrieron las vallas. Muchos emprendieron el retorno, en vista de la jornada laboral que los esperaba al otro día. Otros se quedaron para el recital de cierre. Todos habían disfrutado de un show impresionante, de esos que, dicen, no se repiten.

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