Existe un libro que guardo en mi memoria como el primero por el que sentí verdadera emoción. Yo tenía 13 años y mi experiencia como lectora no había sido muy rica ni muy variada. La propuesta literaria escolar se limitaba a relatos pasatistas de aventuras y romances adolescentes que me resultaban aburridos, irreales y pretenciosos (siempre terminaban con alguna absurda lección de vida). Fue entonces cuando, por recomendación de una profesora de inglés ajena al ámbito escolar, comencé a leer “Rebelión en la granja”, de George Orwell.
Recuerdo claramente que enseguida me sentí atrapada por aquel libro. La narración era sencilla y la cantidad de páginas no me resultaba atemorizante. La trama consistía en un grupo de animales que, hartos de ser víctimas de abusos y maltratos, deciden organizar una revolución para expulsar al dueño de su granja y vivir bajo sus propias reglas, las cuales básicamente profesaban la igualdad y la prohibición de adoptar hábitos humanos. Los cerdos, autoerigidos como líderes, llevan a cabo una próspera administración, pero rápidamente surgen diferencias entre dos de ellos y uno, tirano y perverso, expulsa a su competencia e instaura una cruel e injusta dictadura que contradice por completo todos los ideales de la revolución.
El argumento por si sólo me parecía sumamente profundo e interesante. A pesar de mi temprana edad y escasa formación en el tema de la política, podía entender el mensaje acerca de la corrupción engendrada por el poder. Me resultó curioso pensar que hallaba irreales los relatos escolares de adolescentes, pero jamás cruzó por mi cabeza hacerle esa crítica a este relato protagonizado por animales. Ya me habían advertido que había algo más detrás de esta novela, así que al concluirla comencé a leer, preguntar e investigar sobre ella. Descubrí entonces que se trataba de una sátira de la revolución rusa, en la que podía encontrarse un claro paralelismo entre los animales de la granja y personas reales de la historia. El tema me era desconocido, aún no lo había estudiado en el colegio, pero esta alegoría representó para mi una sutil y clara introducción a la cuestión política, y una lectura no sólo entretenida sino también altamente didáctica. No es casualidad que aún hoy, después de varios años, siga ocupando un lugar privilegiado en mi lista de favoritas.
viernes, 25 de abril de 2008
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