No me sirve que me digan que “está todo bien”. No me gusta que me pidan que no me preocupe. Me irrita que me acusen de hacerme problemas “por nada”. ¿Cómo pueden decirme semejante cosa? ¿que mi nena ande sóla vagando por el continente, sin nadie que la cuide y la proteja no es acaso un problema?. Sí, ya sé: tiene 25 años. Pero eso no significa que sea grande y que se pueda cuidar sóla, no garantiza que este exenta de peligros; al contrario, está más expuesta a que la roben, la secuestren, la engañen, la seduzcan y la dejen...¡Tantos son los peligros! Cada día sumo algún nuevo temor a mi lista. Si por los menos llamara ocasionalmente para tranquilizarme, para asegurarme que está bien...pero no, ella quería que fuese un viaje de “desconexión total”. Que no quisiera cargar con la obligación de llamar todos los días, lo puedo entender pero que no haya dado señales de vida ni una sola vez en estos tres largos meses, eso es demasiado. Desde que se fue no puedo despejar mi mente ni un momento. Me dan ganas de llorar a cada instante. Pero tengo que controlarme, tengo que pensar en Clari y en Santi, también. Si ellos ven que yo enloquezco, se preocuparían por su hermana. Tengo que mantenerme serena, al menos ante ellos. Aunque cuando se vayan al cole, no pueda parar de sollozar frente a la computadora, revisando los diarios de todo el mundo, buscando noticias de Romi. Ni siquiera sé porque hago eso; si encontrara algo publicado sobre ella, seguramente no sería algo bueno. Pero siento que es mi único contacto con mi nena...hasta el domingo. Miro el calendario en el que hace casi tres meses vengo tachando los días, y una pizca de ilusión alivia, por un instante aunque sea, mis preocupaciones. En menos de una semana voy a estar abrazándola, mimándola, haciéndole su comida favorita (¡cómo habra extrañado que su mami le cocine!).
Sí, el domingo se termina este sufrimiento. Tiene que terminar. No se que haría si no la veo bajar del micro ese día. Me volvería totalmente loca, ya no podría disimular nada, explotaría en lágrimas, de tristeza y de impotencia porque no sabría por dónde empezar a buscarla: ni siquiere tenía un itinerario fijo porque quería dejar que “todo fluya”. ¡Así que podría estar en cualquier país, en cualquier ciudad, en cualquier pueblo de este inmenso continente!. Basta. Me tengo que calmar. No puedo seguir así. Ya me va a escuchar cuando vuelva, ya le voy a describir el calvario que me hizo pasar. Después de abrazarla y servirle la comida, claro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario