En este texto el antropólogo echa por tierra la idea de que la credibilidad de un trabajo etnográfico depende de su sustantividad factual o elegancia conceptual; sostiene, por el contrario, que su capacidad de convencimiento reside en su habilidad para demostrar que el investigador ha podido penetrar verdaderamente otra forma de vida, que realmente ha “estado allí”, y para tales efectos, es absolutamente necesaria la intervención de la escritura.
Esta aserción me generó una sensación ambigua: por un lado, me hizo pensar que era evidente que se debía dar cuenta de la presencia fehaciente del antropólogo en su campo de investigación; pero por otro, puso en evidencia los (erróneos) preconceptos que operaban en mí al pensar en como redactar una etnografía: con un lenguaje “acartonado”, un vocabulario técnico y rebuscadoy una redacción totalmente impersonal.
Luego se refiere al “problema del autor”. Cita un distinción planteada por Foucalt (con quien se muestra abiertamente en desacuerdo) entre la firmeza y vigencia del “autor-función” en el campo de la ficción y el relativo anonimato de éste en el campo de las ciencias. Sostiene sin embargo que la antropología, aún siendo ésta una ciencia, está más del lado de los discursos literarios ya que los nombres personales aparecen ligados a libros, artículos y sistemas de pensamientos. Partiendo de admitir al texto etnogáfico como un híbrido entre la ficción y el informe de laboratorio, pasa a prsentar dos cuestiones.
La primera es la cuestión de la firma, el “establecimiento de una presencia autorial dentro del texto”. Al respecto señala que la dificultad radica en la paradoja que genera elaborar tetos de naturaleza científica, pero a partir de experiencias biográficas. Y agrega que la única manera de lidiar con ésto es mediante la observación de textos etnográficos. Reproduce entonces un fragmento de una obra de Raymond Firth sobre los tikopia. A pesar de ser sólo unas línas del texto completo, inmediatamente celebré la fantástica elección de ejemplo de Geertz, pues efectivamente no quedan dudas de que Firth ha “estado allí” y uno se siente comoun tripulante más de ese barco que llega a la bahía, contemplándolo y sintiéndolo todo. Una sensación similar (aunque en mi caso, no tan intensa) se desprende del texto de Loring Danforth.
La segunda cuestión es la del problema discursivo, o el “¿qué es lo que el autor autoriza?”. Aqui, nuevamente retoma a Foucalt para plantear otra distinción: entre aquellos escritores a los que puede atribuirse la producción de un texto o una obra, y los autores que son “fundadores de discursividad”, que no producen sólo textos, sino también posibilidad y reglas de formación para otros. Cita luego varios ejemplos, que me dieron la certeza de que había comprendido correctamente a a lo que se refería, pues sus nombres ya habían saltado a mi mente: Marx, Freud y, a pesar de mi reciente ingreso al estudio de la antropología (menos de la mitad de un cuatrimestre), pensé también en Levi-Strauss y Malinowski. Es interesante lo que dice a continuación acerca de que hay autores que escriben en el marco de una tradición y terminan por sobrepasar a sus modelos.
Concluye el trabajo con una reflexión que puede extrapolarse a otros casos, pues propone prestar atención a la escritura en pos de lograr una mejor comprensión y una lectura más aguda de los textos. Ésto me resultó particularmente interesante pues considero que es cierto que tenemos tan incorporada la lectura y la escritura como vehículos de transmisión y difusión de conocimientos, que no se nos ocurre problematizarlas para enriquecer nuestra producción y comprensión de textos.
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